Museos. Postales. Pósters. Caras estampadas en bolsos, camisetas.
Facciones que quedan en la memoria de quien las mira o las intuye.
Deformaciones que causan una irrupción desagradable en la comisura de los labios.
Ojos que entristecen miradas para siempre.
Sonrisas que alegran el día.
Pechos que levantan pasiones.
Verdes esperanzados.
Amarillos peligrosos.
Negros de confusión.
Atmósferas multisensacionales que nos rodean sin siquiera percatarnos de ello.
Miradas lánguidas en un universo áureo que se ciñe a nuestros dedos a modo de alianza eterna.
Sí quiero. Deseo vivir en un mundo de retratos. En un mundo retratado y retratable. Lleno de colores, coloreado.
Retratos amigos, enemigos, conocidos y desconocidos.
Retratos en autobuses, en paneles gigantes a la salida de una gran ciudad desconocida, olvidada o ignorada.
Retratos que escapan y retratos que se reencuentran.
Retratos que se miran. Retratos que se aman, se besan y se hacen el amor mutuamente. Sin miedos. Seguros.
Olvidados de la mano que los unió. Olvidados de que fueron retratados. Desnudos. Cubiertos de cierta matanza de la vergüenza.
Descubiertos en la intimidad, en el deseo. En la explosión del placer.
Retratos que son recuerdos de aquel café que tomó Fulanito junto a Menganita mientras se acariciaban las manos, los cabellos, los senos y algo más.
Recuerdos de aquella cama en que anidaron su mutuo amor. Lloraron de alegría y rieron cuando estaban tristes.
Retratos que me devuelven a la infancia. A los pequeños sorbos de té gateando por la mesa. Robando el último placer de un largo orgasmo de cafeína.
Retratos que me devuelven a las orejas pegadas a las puertas, escuchando conversaciones inapropiadas.
Retratos mundiales. Mitos. Idolatrías.
Retratos escépticos. Retratos geométricos. Asimétricos. Iguales. Parecidos. Idénticos.
Retratos agresivos. Apacibles. Irascibles. Amables.
Retratos que se retratan.
Retratémonos.
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